Prosa en fascículos. 1

Porque ninguna buena historia comienza con «estaba yo comiendo una ensalada…»

Como todas las buenas historias, esta comienza con un poco de alcohol y tal vez alguna substancia psicotrópica más. Los protagonistas, que no son conscientes de lo anecdótico de sus vidas, se encuentran en un pequeño bar de una pequeña ciudad. Dichos individuos comparten un grupo de amigos, que en esta ocasión es más grande que pequeño. Este par de humanos, en un vano intento por no parecer demasiado tontos o demasiado borrachos, ocupan su primera vigilia discutiendo sobre la futilidad de la vida, lo vano de la existencia y, de vez en cuando, en si hay «huevos o no para entrarle a esa morena».

-Tío, estoy harto de venir a este maldito sitio. El alcohol lo sirven en vasos que huelen a vómito, las mujeres están todas pilladas y la música siempre está demasiado alta… Y lo peor de todo es que tras años de venir aquí, todavía no sabemos de qué maldito material está hecho el suelo. Sabes que un local te vuelve un alcohólico cuando ni siquiera eres capaz de recordar si bajo tus pies hay piedra o madera. Este sitio nos está volviendo unos alcohólicos, yo os lo aseguro. Y este mamón, a nuestra cuenta, ¿verdad Raspberry?.
-Bah, no seas agonías, Pi. Siempre dices lo mismo y después te calientas y ya es todo alegría, diversión y risas. Y borracheras también, pero una vez estás contentillo no parece que eso te preocupe.
-¡Y además, tampoco hay hombres libres y no me ves aquí quejándome!
-Eh, eh. ¿Cómo que no hay hombres libres? ¡Si prácticamente todo este grupo está formado por solteros menos un par de engendros! Yo te hacía un favor si quisieras.
-He dicho hombres por algo, Pi.

 

 

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